domingo, 26 de junio de 2016

Impresiones sobre "Canto de Ballenas" del espectador Edward Jhoan Valencia

El partido de la selección de fútbol colombiana contra Perú le arrebató unas cuantas personas al público de El canto de ballenas, la noche del 17 de junio. De alguna manera esto me favoreció, pues conseguí un puesto muy bueno: centrado, lo suficientemente atrás como para poder pararme y divisar toda el escenario sin fastidiar a otras personas, pero también lo suficientemente adelante como para oír las voces de los actores. Tenía una gran expectativa con respecto a la obra, y por lo tanto no ojeé el programa de mano; no quería arruinar alguna sorpresa que la obra tuviera guardada para el público. Me he dado cuenta, en mi asidua asistencia a la Temporada de Teatro de este semestre, que leer el programa de mano antes de ver la obra puede ser un acto empobrecedor y de fatal anticipación.

Quiero creer que fue la ausencia del director, Everett Dixon —estaba enfermo—, la que aquella noche nefastamente propició, en mi opinión, el vacilante ritmo de la obra. No pude engancharme, por más que lo intenté admirando pávido la mágica gracia con que los mismos actores de la obras, vestidos de negro, construían los distintos lugares en que acontecían las escenas; ni aun escuchando atentamente lo que decían los personajes, pues, por ejemplo, la risa de Stella me resultó bastante artificiosa y Fran, aunque paulatinamente me fue gustando, me pareció que rayaba un poco en la exageración de su personalidad. Admiré en Caroline su capacidad de escuchar con suma atención a las demás personas en escena.




Nunca durante la obra se abandonó el asunto de la maternidad en provecho de juegos escénicos. Uno de verdad cree que Caroline está embarazada, y uno llega a sufrir con ella y con las demás mujeres. Desde el comienzo hubo una insinuación que me plantó en el puesto a esperar una explicación: las numerosas actitudes homosexuales en las mujeres. No hubo una explicación evidente de estas insinuaciones; si la hubiera habido tal vez la obra habría perdido algún encanto, y creo que esto lo sabía muy bien Anthony Minghella cuando escribió El canto de ballenas.

Cuando la luz se fue, D. no pudo haber resuelto de una mejor manera el percance. Admirable aquella escena solamente con la blanca luz de los celulares; sorprendente que fuera esta contrariedad la que precisamente le infundió un nuevo aliento y un ritmo vivo a la obra. Para mi gusto, el comportamiento del padre de Caroline en el hospital, junto a su hija en la camilla, fue risible; tal vez el actor confundió en algún momento este papel con el otro que tenía como oficinista gay. Al final, la despedida de Caroline fue agradable: ella de verdad se iba del escenario y ascendía por las escaleras entre los espectadores. Quedé largo rato, tras salir de la obra, con la dolorosa sensación de haber terminado un embarazo.

Edward Jhoan Valencia Torres

Miércoles 22 de junio de 2016

jueves, 23 de junio de 2016

"En el canto" impresiones de la espectadora Natalia Palma García

No leo los programas de mano antes de la obra, destruyen la ilusión y la sorpresa sobre los actores y la razón de los dramas. Prefiero enfrentarme a la indecisión y él no saber en qué estoy ni qué podré sentir. Los leo cuando voy en el bus después de la obra después de estar en total estado de afección y con esos párrafos calmo un poco tanta conmoción.

Pude estar en la presentación del viernes 17 de junio, en la obra El canto de ballenas. Me fascina de una forma increíble, reconocer los desconocidos actores, recordarlos cuando los pude ver por el edificio de la FAI, saltando, gritando, llorando, renqueando, etc. etc. o esos momentos en los que los odie cuando se ‘colaban’ en central (en los días en que era posible ir), verlos llegar en manada como niños, sobreactuando y titubeando, siendo felices a su modo y un par de años después verlos con sus rostros llenos de amor, nervios (tal vez), entusiasmo por la profesión, etc. etc. Sobre la obra, infortunadamente no pude ver el final, gracias a la no puntualidad (dilemas técnicos, supongo) del inicio de la misma.



En El canto de ballenas, los diversos estados de ánimo y sabiduría de la mujer, visto en distintos personajes. La que grita y se emociona en el momento en que se reconoce fuera de su estrecho y silencioso mundo; la desvergonzada, la cual disfruta de la vida sin ‘pelos en la lengua’, con todo su ser, su desnudez y un vientre adolorido; la bella pareja, desigual y de felicidad momentánea, lo cómico de la contradicción, diversos contextos y formas de amar, y ella, la mujer de grandes caderas, al inicio un poco callada y reservada, poco a poco se puede ver la construcción de su voz, su ánimo, su cuerpo y sus altas incertidumbres sobre el momento, el pasado y el amor del desconocido ‘padre’ de su hijo, pero del cual su corazón se manifiesta por uno solo, el indicado y elogiado. La imagen del vientre materno y poder experimentarlo, fue una magnifica sensaciones, el sonido, la sonrisa y la pesadez del estado de la mujer en embarazo, exponía los altos y bajos de la transformación y la aberración física femenina. La imagen del amor imposible, el beso negado, las manos sujetas y los silencios entre las miradas, decían mucho más que los textos. 

No se debe olvidar lo bello de la improvisación, el milagro de las palabras no establecidas y fuera del guión. En mi mente quedará la imagen del auditorio totalmente a oscuras, ellas dos solas en escena, abusando de la no visibilidad, sin dejar ver sus rostros (tal vez, en medio de risas silenciosas), y ¿por qué no, aprovechar de la oscuridad?, dentro de la escena, fueron palabras maravillosas a la imaginación del público, como si todo se hubiera consumado.

Natalia Palma García.

domingo, 19 de junio de 2016

Breve reflexión sobre "Incendios" por la espectadora Daniela Prado

Incendios es una obra escrita por el dramaturgo y director libanés Wajdi Mouawad, dirigida por el maestro Douglas Salomón y representada por estudiantes de la Licenciatura en Arte Dramático.  Incendios es una historia sobre lo trágica que es la guerra, la búsqueda de una identidad o el esfuerzo por construirla después de tanto dolor producido por la violencia.

Antes de empezar, me gustaría destacar la importancia y la certera precisión con que se escogieron los diálogos, los cuales están cargados de metáforas e imágenes poéticas, altamente conmovedoras, aún resuena en mi cabeza: “la infancia es un cuchillo clavado en la garganta”. Además de esto, me gustaría resaltar elementos mínimos de la utilería que ayudan a reforzar la tragedia en la obra, como por ejemplo, cuando se trapea la sangre, pero el trapeador está empapado y para lo único que sirve es para restregarla en el piso de un lado a otro, como si se intentara reforzar lo indeleble de la muerte, la ausencia de un cuerpo al que darle vida, algo que puede suceder, que es real, cruel y doloroso.

Ahora mi reflexión o lo que me suscitó la obra, va enfocado a la importancia del lenguaje dentro de la historia; la obra cuenta dos historias en paralelo. Primero está la historia de los gemelos hijos de Nawal quien después de un silencio de muchos años, que dura hasta su muerte, deja su última voluntad a la abogada Hermile, quien les entrega como herencia, dos sobres cerrados; estos sobres los llevarán a emprender una búsqueda para reconstruir su identidad, irán en busca de su hermano y su padre, de sus nombres. La segunda es la historia de Nawal, también es una búsqueda, la búsqueda por encontrar a su hijo en un contexto de violencia y comienza cuando entierra a su abuela y escribe su nombre en una lápida; todo lo anterior me hace pensar que la obra se trata de nombrar de darle una identidad a alguien o algo, tener algo que reconocer.



El lenguaje nos permite nombrar y reconocer, también es una convención que nos permite pensar y así llegar a acuerdos comunes que nos impidan destruirnos como a una especie, sobrevivir. La guerra es entonces, para mí, una falla en el lenguaje, un corto circuito o teléfono roto que produce un ruido sordo que termina por enloquecernos, porque las palabras ya no alcanzan para nombrar el horror, para explicarlo y tampoco dan la fuerza suficiente para seguir; es un vértigo escalofriante en el que se pierde la humanidad, la sacralidad de la vida y todo se mecaniza, sólo se vive para sobrevivir y matar al otro; el otro, que no traduce un cuerpo, un milagro de chispa y movimiento, sino más bien, un cuerpo vacío desposeído de significado.

Entonces, pienso que el sentido de las palabras en la historia se manifiesta por medio de las dos pulsiones que mueven al hombre:  la pulsión del amor, es decir la vida, la cual se traduce en la esperanza de nombrar, en la búsqueda por darle a otro una identidad y por otro lado, la pulsión de la muerte, la cual se traduce en el silencio, el asesinato del lenguaje. 

"Un Incendio que calcina almas" por la espectadora Maryery Quintero Jimenez


"Toda acción provoca reacciones.
La violencia siempre regresa.
Sólo zarzas y espinas nacen en el lugar donde acampan los ejércitos.
La guerra llama al hambre.
Quien se deleita en la conquista, se deleita en el dolor humano.
Los que matan en la guerra deberían celebrar cada conquista como funeral"
Eduardo Galeano

Un viaje del presente al pasado, una búsqueda por construir la memoria, o sea,  una lucha constante por el sentido del pasado, una realidad representada desde el absurdo, con técnicas de tensión y distensión, una tragedia de la guerra representada a nivel micro, pero que refleja una tragedia a nivel macro. Así, el teatro, en este sentido cumple la función de ser un espacio vacío[1] al cual llega el actor o la actriz a llenarlo de símbolos y significados, construyendo así micropoéticas[2].

Julia
"-Aprendí a leer, a escribir, a contar… ¡eso no me sirve para nada!."

Incendios es una obra que nos habla de la guerra y de todas las externalidades sociales que ésta produce. Esta obra se puede analizar a partir de un enfoque de género, pues muestra la guerra civil libanesa a partir de la vida de Nawal Marwan, una mujer que lo único que hizo fue nacer en un país donde la intolerancia era el pan de cada día, una mujer que pasó por lo que muchas mujeres deben pasar, se enamoró en su adolescencia, tuvo un hijo a sus quince años de edad, al cual tuvo que dejar al igual que al gran amor de su vida. A pesar de esto continuó su camino, caminó en medio de la guerra, fue discriminada, refugiada, violada y callada. Pero eso no la detuvo para cumplir lo que una vez se prometió: matar al jefe de los paramilitares. ¿Qué hacer cuando las pasiones humanas nos inundan, cuando la ira muerde, el odio carcome y los deseos de hacer justicia se cruzan con la venganza?




A partir de un análisis ético, se puede reflexionar sobre las estimaciones valorativas que encierran la justicia y el hacer justicia, en comparación a la venganza, pues en Incendios estos dos principios atraviesan la trama e invitan a pensar sobre la cercanía que tienen en la acción. Pues cuando se ejerce el poder y se tiene la capacidad de hacer justicia, es probable que la motivación desde los afectos sea tal que mi acción quede pervertida y llegue a configurarse en una venganza.

Incendios propone una reflexión acerca del teatro como un espacio de creación de micropolíticas, como reflejo de una realidad desde la ficción, una  invitación a reflexionar sobre un mundo que sangra, una humanidad perturbada, una sociedad enferma. En esta obra se puede analizar el teatro como una herramienta que visibiliza realidades no contadas, muestra las otras realidades a las que las víctimas se enfrentan. En este sentido es que se habla del teatro como un espacio de construcción de micropolíticas, pues reproduce un discurso diferente al de la macropolítica partidista y de élite que venden los medios masivos de comunicación, siendo el teatro  también un incendio que calcina almas en la medida en que enfrenta mitos, confronta al espectador en su relación directa con la puesta en escena, destruye y construye mundos paralelos, sumergiendo a quien lo aprecia en un mar de emociones, sentimientos y estados de conciencia o de situaciones que se densifican e intensifican.

«Teatro» es una cosa, mientras que «los teatros» es otra muy diferente. «Los teatros» son las salas, y una sala no es lo que contiene, igual que un sobre no es una carta… El «teatro» es una necesidad humana fundamental, mientras que «los teatros», sus formas y estilos, son solo salas temporales y reemplazables (Martínez, 2008:95)

 El arte teatral es el arte que necesita de la relación directa entre actores o actrices y espectadores, relación que está condicionada por el estado anímico tanto del que emite el mensaje como por quien lo recibe y éstos a través de lo que sientes hacen sus juicios “son las pasiones la causa de que los hombres difieran en sus juicios, porque ellas los transforman diversamente, y van acompañadas de pena y de placer; como la ira, la compasión, el temor y cuantas otras semejantes” (Aristóteles, 2005:158)  Es un arte que se experimenta en vivo y en directo, es el arte que da vida al texto escrito por medio de diferentes técnicas y herramientas.

BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles (2005), “El orador y el oyente”. En  El arte de la retórica. Buenos Aires: Eudeba.

Brook, Peter (1997). “Reflexiones sobre la interpretación y el teatro”. En La puerta abierta, Barcelona, Alba.

Dubatti, Jorge (2011). “El teatro argentino en la postdictadura (1983-2010)”. Revista Stichomythia. Universidad de Buenos Aires. Pp. 71-80

Galeano, Eduardo (2008). “El horror de la guerra”,  en Espejos una historia casi universal, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores.

Martínez, Miguel (2008). “Pensar el espacio”. Revista Stichomythia. Universidad de Valencia, pp. 87-97.




[1] “El teatro no tiene categorías, trata sobre la vida. Este es el único punto de partida y no hay nada más que sea realmente importante. El teatro es vida” (Brook, 1997: 17).
[2] Poética deriva del término griego poiesis que significa creación, producción o proceso creativo. “las micropoéticas suelen ser espacios de heterogeneidad, tensión, debate, cruce, hibrides de diferentes materiales y procedimientos, espacios de diferencia y variación” (Dubatti, 2011:74).

jueves, 16 de junio de 2016

Impresiones sobre "Claver" del espectador Edward Jhoan Valencia.


Vi Claver, el santo de los esclavos el viernes 27 de mayo, con bastante expectativa de conocer por primera vez una obra de teatro que trabajara el efecto de distanciamiento. Pero una vez adentro se me olvidó que estaba viendo una obra de teatro y seguí con asombro, episodio a episodio, la historia del sacerdote Pedro Claver, escrita por el dramaturgo y también historiador Oswaldo Díaz Díaz.

Omnipresente en el desarrollo de la obra, estaba la mano imaginativa del director Julián Gómez. Y quiero destacar este aspecto de la imaginación del director, quien con tanta lucidez decidió no inundar el escenario de rigurosas geografías y arquitecturas, sino que en cambio optó por construir todas las escenografías con la mínima cantidad de seis bancas de madera, iguales todas. Tal vez fue esta escenografía minimalista lo que más me involucró en la obra. La imaginación recalaba, nueva y potente, en cada episodio de la vida del sacerdote Claver: las seis bancas hacían de proa de barco, de camarotes donde se hacinaban los esclavos, de balcón para el padre del niño Claver, de lecho de muerte para el anciano Claver, de madero final para la simbólica crucifixión del santo Claver, y de otras tantas cosas de las que ya no me convenzo, porque hay que estar viendo las seis bancas en el escenario para poder creer que pueden evocarlo todo.

Otra de las razones por las cuales no me distancié casi en ningún momento de la obra durante mi experiencia personal fue que, a pesar de que todos los actores en algún momento representaron un esclavo en escena, ninguno de ellos era negro. Precisamente este gran detalle despertó el germen de mi imaginación, por lo cual me involucré como un espectador activo, hasta el punto de creer que los actores tenían la piel negra como descendientes de africanos. Hay otro factor que jugó en contra del efecto de distanciamiento, y fue que el director no contaba con que en el auditorio de enseguida empezaran a tocar música del pacífico un momento después de que los esclavos de la obra hubieran sido echados del escenario por Claver, precisamente por estar bailando y tocando sus ritmos africanos. De manera que pareció que los esclavos se hubieran ido a celebrar sus fiestas ancestrales tras bambalinas, mientras una mujer vestida de negro, representación de fuerzas oscuras, trataba de convencer a Claver para que dejara de ayudar a aquellos herejes.

A pesar de estas tres magias de la escena que jugaron en contra del planeado efecto de distanciamiento (las seis bancas de madera que servían para todo, los esclavos africanos de piel blanca y la música del auditorio vecino que reforzaba el sentido de la obra), hubo unos cuantos momentos de extrañamiento, pero más circunstanciales que planificados. El momento en que, por ejemplo, el padre de Claver le ofreció la mano a su esposa embarazada y cuando esta fue a dársela él continuó con su acción de asomarse a la ventana como si una embarazada no estuviera de verdad junto a él; cuando la baranda del barco imaginario se cayó al piso y quedó en escena la ridícula imagen de un grupo de personas de pie sobre unas bancas organizadas en pirámide; cuando al final Claver ascendió a los cielos y al dar una vuelta, en su subida, se le vieron las nalgas de mujer tras la sotana.

Consigno el único momento en que sentí de verdad una distancia grande de la obra: cuando Claver rezó por el niño que había caído por el pozo y lo hizo con tan poca fe y tan mal sentido de la oración. El aplauso unánime y final del público, como siempre lo logran los aplausos, anuló los pequeños traspiés y convirtió a la obra en un símbolo, en un buen o mal recuerdo, en una experiencia más. Quienes seguramente no olvidarán los desaciertos, y esto está muy bien para el arte, son los actores y el director.

Edward Jhoan Valencia Torres

Domingo 29 de mayo de 2016

Impresiones sobre "Incendios" del espectador Edward Jhoan Valencia


Conseguí un mal puesto, de manera que mi experiencia personal con la obra estuvo condicionada por la perspectiva que me correspondió. Asistí al estreno de Incendios, el viernes 10 de junio, con la admonición nada cautivante de la profesora Ma Zhenghong, cuando al terminar un conversatorio el jueves en la noche dijo que la obra duraba tres horas. Pero valió la pena, porque no solamente asistí y vi la obra, sino que la disfruté. Por el programa de mano, supe que la obra trataba el tema de la Guerra del Líbano; y desde que aparecieron en escena los primeros personajes también lo hizo de alguna manera el tema de la guerra, pues se escuchaba de fondo un estruendo citadino que evocaba de algún modo un multitudinario desorden de guerra.

Uno podía entender mejor la historia de Nawal Marwan gracias a los títulos que aparecían proyectados sobre una cortina blanca en el fondo del escenario. El infortunio mío, y por supuesto de los otros espectadores que tuvieron la mala suerte de conseguir puestos en los laterales, fue que no alcanzaba a ver los títulos que iban apareciendo en el fondo, y de los cuales me di cuenta gracias a una amiga mejor ubicada que me los iba leyendo. Como no pude terminar de leer el programa de mano, pues la obra empezó muy puntual a las seis de la tarde, no sabía de antemano que la estructura de la obra era edípica. Así que desde el comienzo estuve a la espera del momento feliz en que los hijos de Nawal encontraran a su padre. La revelación de que el padre de Julia y Simón era al mismo tiempo su hermano mayor, me resultó única y contundente, y en ningún momento percibí su anunciación paulatina, si es que la hubo.

El puesto que me deparó el azar frente al escenario servía también para ver otra obra secreta y sin trama. Desde el lateral derecho, pude ver el desarrollo de otra obra de teatro de sombras en el lateral izquierdo del escenario, precisamente en la pared de ladrillos rojos que no quedaba oculta a pesar de tantas cortinas. No la entendí, pues era más cautivante y fatal Incendios, pero algunas cosas vi: un hombre sentado en un muro, que se bajaba y se subía cada tanto; una mujer que parecía bajar unas escaleras; un hombre con un sombrero de pescador.



Me parece que lo que mejor se anunció desde el comienzo en la obra fue la guerra. Siempre había un desordenado ruido de fondo y, cuando no, sonaba una música desoladora y triste. Cuando Nawal discutía con su amiga y entraban en escena ráfagas de harina o de polvo, y cuando el conserje, que compartía con el Simón Marwan de los primeros dos actos el actor que lo representaba, pasaba su trapeador en escena, de alguna manera se estaba preparando una escenario demolido por la guerra, un escenario que se había ensuciado y luego se había intentado limpiar, un escenario para la revelación final de la estructura edípica en la obra. La mano del director supo planear muy bien, desde el comienzo hasta la apoteosis, este gran poema actuado.

Aquella mano omnipresente supo también elegir con perfección a la actriz que pronunciaba en voz alta las cartas que los hijos de Nawal leían silenciosamente. Una voz que no se equivocó, ni malogró la poesía de los textos de Wajdi Mouawad, el escritor de la obra, ni le permitió al público aburrirse con sus monólogos. Otros dos o tres actores compartían esta potencia natural en la voz. Los demás, a pesar de las palabras, frases, gestos e intenciones que ocasionalmente se les salían de control y que nos recordaban a los que estábamos en el público que lo que veíamos no era la vida real sino un artificio teatral, no pervirtieron la poesía de Wajdi.

La venia no fue menos cautivante: ninguno de los actores se alegró o de desarmó en una sonrisa de suficiencia; todos se cogieron de las manos, atendieron los aplausos del público y desaparecieron tras bambalinas sin descubrirnos —¡qué fatal desenlace habría sido!— su condición de actores, su condición de nadie.

Edward Jhoan Valencia Torres

Domingo 12 de junio de 2016

miércoles, 15 de junio de 2016

"Incendios" Estreno de una tragedia contemporánea en la Temporada de Teatro Univalle

Comunicado de Prensa

La Temporada de Teatro Univalle presenta el estreno de "Incendios" del dramaturgo y director libanés Wajdi Mouawad, dirigida por el maestro Douglas Salomón y representada por estudiantes de la Licenciatura en Arte Dramático. Por primera vez, el público caleño podrá observar una obra de este fundamental dramaturgo contemporáneo, en la Sala de Teatro Univalle, este viernes 10 y sábado 11 de junio.

El autor parte del mito griego de Edipo, construyendo una obra contemporánea que se introduce en la  guerra del Líbano e impacta en la pacífica Canadá. La obra se caracteriza por la multiplicidad de espacios y tiempos que sumergen al espectador en la travesía de Nawal Marwan, una inmigrante que muere en Canadá, después de permanecer sumida en el más profundo silencio durante años. La abogada Hermile Lebel, encargada de comunicar su última voluntad, entrega como herencia  a los hijos de Nawal dos sobres cerrados, que los obligarán a conocer su verdadera identidadLos hijos emprenden la enigmática  búsqueda de sus orígenes en el Líbano, país marcado por la violencia, el rencor y las huellas de una guerra fratricida. En esta búsqueda los hijos no solo encuentran su fatídico origen sino los horrores de un conflicto armado que  trasformó la geografía humana.

Incendios” ha trascendido en los escenarios del mundo gracias a su desgarradora mirada de la guerra, con diversas puestas en escenas y una versión cinematográfica de Dennis Villeneuve, nominada, en 2011, como Mejor Película Extranjera en los Premios Oscar. Como director,Wajdi Mouawad ha llevado a escena clásicos como Eurípides, Sófocles, Céline, e Irvine Welsh, entre otros, y también ha adaptado “El Quijote”Incendios”  está bajo la dirección del Douglas Salomón, maestro que se destaca por sus adaptaciones de cuentos y crónicas colombianas como “A lo bien” de Alfredo Molano, “Todo tiene su final” de Andrés Caicedo y “Recordando a Bosé” de Orlando Mejía.


lunes, 13 de junio de 2016

"El canto de las ballenas" Estreno sobre la maternidad y la extraña conformación de la familia

Comunicado de prensa

La Temporada de Teatro Univalle, acoge el estreno de “El canto de ballenas” de Anthony Minghella, bajo la dirección del maestro Everett Dixon; una obra contemporánea que cuestiona la conformación de la estructura familiar y abarca temas neurálgicos sobre la diversidad de género, este viernes 17 y sábado 18 de junio, en la sala de Teatro Univalle.
El canto de ballenas” es un espectáculo escénico de corte cinematográfico, donde vemos a Caroline, una joven que decide llevar a cabo el proceso de su embarazo en la soledad de una isla; en este lugar se encuentra con un grupo de mujeres de diverso carácter que le ayudarán a tomar la decisión con respecto a qué hacer con su bebe tan pronto nazca. Cerca de la fecha decisiva, se encuentran en ese lugar su madre y la anterior compañera sentimental de Caroline con su nueva pareja; la sala de espera de la clínica se transformará en el escenario donde convergen todas las visiones y conflictos sobre las nuevas formas de concebir la familia en la sociedad contemporánea. La puesta en escena transporta al espectador al mundo del canto de las ballenas, recreando la esencia y sensación del vientre materno en paralelo conla profundidad del ser.

Anthony Minghella, es un escritor, guionista, productor teatral y cinematográfico inglés, ganador de un Oscar en 1997, como mejor director por“El paciente inglés”,autor de obras como:“Inspector Morse”, “Cold Mountain” y “Whale Music” traducida al español como “El canto de ballenas”. La obra es traducida y dirigida por el maestro Everett Dixon, quien ha llevado a escena espectáculos como “Esperando a Godot”, “Don Julio se la llevó“y “Sueño en la montaña de fuego”.



“Claver” La historia del primer santo abanderado de los Afro en Colombia

Comunicado de Prensa

Regresa a la Temporada de Teatro Univalle “Claver” de Oswaldo Díaz Díaz, una joya del teatro colombiano que refleja el impacto, aun latente en el imaginario colectivo, de la esclavización de los pueblos africanos durante la colonia española. El espectáculo se presenta el  27 y 28 de mayo en la Sala de Teatro Univalle.
"Claver" es un drama histórico que recoge los principales pasajes de la vida, acción misionera y conflictos espirituales del ilustre sacerdote jesuita, quien habiendo nacido en Cataluña cumplió su apostolado en Cartagena de Indias y consagró su vida a la defensa de los africanos esclavizados. En la infancia, Claver se encuentra en la disyuntiva de tomar el camino clerical que desea su madre o llevar una vida de campesino próspero como lo desea su padre; esta dualidad recoge el conflicto entre el libre albedrío y predestinación, característico de esa época. Cuenta la leyenda que Pedro Claver llegó a bautizar a cerca de 300 mil  africanos, gracias al estudió de diversos idiomas de los esclavizados.  El espectáculo que relata la vida del santo Claver se desarrolla en el plano alegórico, la dinámica episódica de la obra plantea variedad de situaciones vividas por el santo que permiten al espectador conocer, simultáneamente, al hombre divino y profano. La escenografía minimalista recrea todos los espacios de la obra sintetizando diversas épocas y situaciones.
El autor, Oswaldo Díaz es uno de los dramaturgos colombianos más representativos del siglo XX, entre sus principales obras se encuentra: BlondinetteLa GaitanaDoña Antonia de QuijanaY los sueños, sueños son. El espectáculo es dirigido por Julián Mauricio Gómez, docente en el Departamento de Artes Escénicas de la Universidad del Valle, ha dirigido: Chelkash adaptación de un cuento de Máximo Gorky, El pelícano de August Strindberg y actualmente está en proceso de estudio y puesta en escena de Números reales de Rafael Dumett.