domingo, 19 de junio de 2016

Breve reflexión sobre "Incendios" por la espectadora Daniela Prado

Incendios es una obra escrita por el dramaturgo y director libanés Wajdi Mouawad, dirigida por el maestro Douglas Salomón y representada por estudiantes de la Licenciatura en Arte Dramático.  Incendios es una historia sobre lo trágica que es la guerra, la búsqueda de una identidad o el esfuerzo por construirla después de tanto dolor producido por la violencia.

Antes de empezar, me gustaría destacar la importancia y la certera precisión con que se escogieron los diálogos, los cuales están cargados de metáforas e imágenes poéticas, altamente conmovedoras, aún resuena en mi cabeza: “la infancia es un cuchillo clavado en la garganta”. Además de esto, me gustaría resaltar elementos mínimos de la utilería que ayudan a reforzar la tragedia en la obra, como por ejemplo, cuando se trapea la sangre, pero el trapeador está empapado y para lo único que sirve es para restregarla en el piso de un lado a otro, como si se intentara reforzar lo indeleble de la muerte, la ausencia de un cuerpo al que darle vida, algo que puede suceder, que es real, cruel y doloroso.

Ahora mi reflexión o lo que me suscitó la obra, va enfocado a la importancia del lenguaje dentro de la historia; la obra cuenta dos historias en paralelo. Primero está la historia de los gemelos hijos de Nawal quien después de un silencio de muchos años, que dura hasta su muerte, deja su última voluntad a la abogada Hermile, quien les entrega como herencia, dos sobres cerrados; estos sobres los llevarán a emprender una búsqueda para reconstruir su identidad, irán en busca de su hermano y su padre, de sus nombres. La segunda es la historia de Nawal, también es una búsqueda, la búsqueda por encontrar a su hijo en un contexto de violencia y comienza cuando entierra a su abuela y escribe su nombre en una lápida; todo lo anterior me hace pensar que la obra se trata de nombrar de darle una identidad a alguien o algo, tener algo que reconocer.



El lenguaje nos permite nombrar y reconocer, también es una convención que nos permite pensar y así llegar a acuerdos comunes que nos impidan destruirnos como a una especie, sobrevivir. La guerra es entonces, para mí, una falla en el lenguaje, un corto circuito o teléfono roto que produce un ruido sordo que termina por enloquecernos, porque las palabras ya no alcanzan para nombrar el horror, para explicarlo y tampoco dan la fuerza suficiente para seguir; es un vértigo escalofriante en el que se pierde la humanidad, la sacralidad de la vida y todo se mecaniza, sólo se vive para sobrevivir y matar al otro; el otro, que no traduce un cuerpo, un milagro de chispa y movimiento, sino más bien, un cuerpo vacío desposeído de significado.

Entonces, pienso que el sentido de las palabras en la historia se manifiesta por medio de las dos pulsiones que mueven al hombre:  la pulsión del amor, es decir la vida, la cual se traduce en la esperanza de nombrar, en la búsqueda por darle a otro una identidad y por otro lado, la pulsión de la muerte, la cual se traduce en el silencio, el asesinato del lenguaje. 

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