Incendios
es una obra escrita por el
dramaturgo y director libanés Wajdi Mouawad, dirigida por el maestro
Douglas Salomón y representada por estudiantes de la Licenciatura en Arte
Dramático. Incendios es una historia sobre lo
trágica que es la guerra, la búsqueda de una identidad o el esfuerzo por
construirla después de tanto dolor producido por la violencia.
Antes
de empezar, me gustaría destacar la importancia y la certera precisión con que
se escogieron los diálogos, los cuales están cargados de metáforas e imágenes
poéticas, altamente conmovedoras, aún resuena en mi cabeza: “la infancia es un
cuchillo clavado en la garganta”. Además
de esto, me gustaría resaltar elementos mínimos de la utilería que ayudan a
reforzar la tragedia en la obra, como por ejemplo, cuando se trapea la sangre,
pero el trapeador está empapado y para lo único que sirve es para restregarla
en el piso de un lado a otro, como si se intentara reforzar lo indeleble de la
muerte, la ausencia de un cuerpo al que darle vida, algo que puede suceder, que
es real, cruel y doloroso.
Ahora
mi reflexión o lo que me suscitó la obra, va enfocado a la importancia del
lenguaje dentro de la historia; la obra cuenta dos historias en paralelo. Primero
está la historia de los gemelos hijos de Nawal quien después de un silencio de muchos años, que dura hasta su muerte,
deja su última voluntad a la abogada Hermile, quien les entrega como
herencia, dos sobres cerrados; estos sobres los llevarán a emprender una
búsqueda para reconstruir su identidad, irán en busca de su hermano y su padre,
de sus nombres. La segunda es la historia de Nawal, también es una búsqueda, la
búsqueda por encontrar a su hijo en un contexto de violencia y comienza cuando
entierra a su abuela y escribe su nombre en una lápida; todo lo anterior me
hace pensar que la obra se trata de nombrar de darle una identidad a alguien o
algo, tener algo que reconocer.
El lenguaje nos permite nombrar y reconocer, también es una
convención que nos permite pensar y así llegar a acuerdos comunes que nos
impidan destruirnos como a una especie, sobrevivir. La guerra es entonces, para
mí, una falla en el lenguaje, un corto circuito o teléfono roto que produce un
ruido sordo que termina por enloquecernos, porque las palabras ya no alcanzan
para nombrar el horror, para explicarlo y tampoco dan la fuerza suficiente para
seguir; es un vértigo escalofriante en el que se pierde la humanidad, la
sacralidad de la vida y todo se mecaniza, sólo se vive para sobrevivir y matar
al otro; el otro, que no traduce un cuerpo, un milagro de chispa y movimiento,
sino más bien, un cuerpo vacío desposeído de significado.
Entonces, pienso que el sentido de las palabras en la historia
se manifiesta por medio de las dos pulsiones que mueven al hombre: la pulsión del amor, es decir la vida, la
cual se traduce en la esperanza de nombrar, en la búsqueda por darle a otro una
identidad y por otro lado, la pulsión de la muerte, la cual se traduce en el silencio,
el asesinato del lenguaje.
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