domingo, 26 de junio de 2016

Impresiones sobre "Canto de Ballenas" del espectador Edward Jhoan Valencia

El partido de la selección de fútbol colombiana contra Perú le arrebató unas cuantas personas al público de El canto de ballenas, la noche del 17 de junio. De alguna manera esto me favoreció, pues conseguí un puesto muy bueno: centrado, lo suficientemente atrás como para poder pararme y divisar toda el escenario sin fastidiar a otras personas, pero también lo suficientemente adelante como para oír las voces de los actores. Tenía una gran expectativa con respecto a la obra, y por lo tanto no ojeé el programa de mano; no quería arruinar alguna sorpresa que la obra tuviera guardada para el público. Me he dado cuenta, en mi asidua asistencia a la Temporada de Teatro de este semestre, que leer el programa de mano antes de ver la obra puede ser un acto empobrecedor y de fatal anticipación.

Quiero creer que fue la ausencia del director, Everett Dixon —estaba enfermo—, la que aquella noche nefastamente propició, en mi opinión, el vacilante ritmo de la obra. No pude engancharme, por más que lo intenté admirando pávido la mágica gracia con que los mismos actores de la obras, vestidos de negro, construían los distintos lugares en que acontecían las escenas; ni aun escuchando atentamente lo que decían los personajes, pues, por ejemplo, la risa de Stella me resultó bastante artificiosa y Fran, aunque paulatinamente me fue gustando, me pareció que rayaba un poco en la exageración de su personalidad. Admiré en Caroline su capacidad de escuchar con suma atención a las demás personas en escena.




Nunca durante la obra se abandonó el asunto de la maternidad en provecho de juegos escénicos. Uno de verdad cree que Caroline está embarazada, y uno llega a sufrir con ella y con las demás mujeres. Desde el comienzo hubo una insinuación que me plantó en el puesto a esperar una explicación: las numerosas actitudes homosexuales en las mujeres. No hubo una explicación evidente de estas insinuaciones; si la hubiera habido tal vez la obra habría perdido algún encanto, y creo que esto lo sabía muy bien Anthony Minghella cuando escribió El canto de ballenas.

Cuando la luz se fue, D. no pudo haber resuelto de una mejor manera el percance. Admirable aquella escena solamente con la blanca luz de los celulares; sorprendente que fuera esta contrariedad la que precisamente le infundió un nuevo aliento y un ritmo vivo a la obra. Para mi gusto, el comportamiento del padre de Caroline en el hospital, junto a su hija en la camilla, fue risible; tal vez el actor confundió en algún momento este papel con el otro que tenía como oficinista gay. Al final, la despedida de Caroline fue agradable: ella de verdad se iba del escenario y ascendía por las escaleras entre los espectadores. Quedé largo rato, tras salir de la obra, con la dolorosa sensación de haber terminado un embarazo.

Edward Jhoan Valencia Torres

Miércoles 22 de junio de 2016

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