viernes, 14 de octubre de 2016

“Como les guste” La comedia mas disparatada de Shakespeare

COMUNICADO DE PRENSA



La Temporada de Teatro Univalle continúa con la celebración del cuarto centenario de William Shakespeare con la presentación de “Como les guste” dirigida por la maestra Ma Zhenghong, este viernes 14 y sábado 15 de octubre en la Sala de Teatro Univalle.
“Como les guste” es quizá una de las obras más complejas y divertidas de Shakespeare; aborda diferentes conflictos en torno a la sucesión, el poder, la condición humana, el amor real, los celos y la atracción mutua. La trama cuenta la maldad de la duquesa Federica quien destierra a su sobrina Rosalinda y la obliga a emprende un viaje al idílico Bosque de las Ardenas acompañada de su prima Celia y el astuto bufón Piedra de Toque. El joven Orlando despojado de su herencia por su hermano mayor también huye al mismo bosque para evitar su muerte. El cambio de identidades será la clave para lograr sus deseos, pero el amor tomará partida. "Como les guste" también apela a un mundo teatral inteligente y humorístico ocasionado por encuentros casuales en el bosque y por una serie de enredadas fantasías amorosas. La obra transcurre en un ambiente pastoril sereno donde la libertad se impone a las leyes de la corona.
La puesta en escena está a cargo de los estudiantes de Licenciatura en Arte Dramático y dirigida por la maestra Ma Zhenghong, quien ha llevado a escena obras del mismo autor como: El mercader de Venecia” "El Rey Lear".

Fecha: Viernes 14 y Sábado 15 de octubre de 2016
Lugar: Auditorio 4 – Sala de Teatro Univalle – Campus Universitario Meléndez
Hora: 5:30 p.m.

jueves, 13 de octubre de 2016

“Electra” Estreno de una tragedia sobre la sociedad del crimen

COMUNICADO DE PRENSA

La Temporada de Teatro Univalle presenta el estreno de "Electra" de Sófocles, una de las tragedias fundamentales del teatro griego, dirigida por el maestro Douglas Salomón, este viernes 7 y sábado 8 de octubre, en la Sala de Teatro Univalle (Auditorio 4).
"Electra" relata la historia del aterrador crimen de Agamenón, quien a su arribo a Micenas, después  de la guerra de Troya, es ajusticiado por Clitemnestra; de esa manera la esposa  venga la muerte de Ifigenia a manos de su propio padre. La puesta en escena de “Electra” es una versión libre de la tragedia de Sófocles, con una mirada acerca de la sociedad del crimen, donde se revisa el concepto de justicia ejercida por las victimas. Los protagonistas derraman la sangre con sus propias manos y la vierten sobre la mirada del espectador. Esta versión transgrede la pulcritud con que los clásicos tratan los hechos violentos, trasponiendo ahora la violencia a la sangre que genera el crimen amprado en su  propio concepto de justicia. "Electra" conjuntamente con “Antígona” “Edipo Rey”, es una de las tragedias que catapultan a Sófocles como uno de los poetas trágicos más representativos del teatro griego.
La puesta en escena  es llevada a cabo por  estudiantes de sexto semestre de la Licenciatura en Arte Dramático,  bajo la dirección de Douglas Salomón, maestro que se destaca por sus adaptaciones de cuentos y crónicas colombianas como “A lo bien” de Alfredo Molano, “Todo tiene su final” de Andrés Caicedo y “Recordando a Bosé” de Orlando Mejía.


Fecha: Viernes 7 y Sábado 8 de octubre de 2016
Lugar: Auditorio 4 – Sala de Teatro Univalle – Campus Universitario Meléndez
Hora: 5:30 p.m.
Informes: escenicas.univalle.edu.co


sábado, 1 de octubre de 2016

“La penúltima cena” El ineludible destino de un personaje

Comunicado de prensa


La Temporada de Teatro Univalle  presenta el estreno de “La penúltima cena del dramaturgo colombiano Fabio Rubiano Orjuela, en puesta en escena dirigida por la estudiante Allison Machado, el viernes 23 y sábado 24 de Septiembre, en la Sala de Teatro Univalle (Auditorio 4).
“La penúltima cena recrea los posibles encuentros entre Judas Iscariote y María Magdalena, la noche previa a la Última Cena: ella; una prostituta reconocida, él, miembro del grupo terrorista Zelote, un movimiento político religioso caracterizado por su intransigencia y radicalismo. Judas  con espíritu conspirador, busca huir de la condena asignada a su personaje; cuestiona el rol que le han obligado a interpretar en el reparto y el libreto que debe seguir. Judas considera que gracias a su personaje, el Mesías gana protagonismo en la historia, mientras que él  quedará en la memoria como un simple traidor. María Magdalena, por el contrario, asume con respeto el personaje que le correspondió. Judas, amante de María Magdalena, pretende ser el Mesías, pero finalmente no puede modificar el curso de la historia.
Fabio Rubiano, dramaturgo actor y director es egresado de la Licenciatura en Arte dramático de la Universidad del Valle; fundador del Teatro Petra,  alcanzó, en 1999, con “La penúltima cena el Premio Nacional de Dramaturgia, Universidad de Antioquia; en el 2013, es galardonado con el Premio Nacional de Dramaturgia del Ministerio de Cultura por “Labio de liebre”. La puesta en escena, bajo la dirección de la estudiante Allison Machado es realizada en el marco de la asignatura  Taller de Creación, de la Licenciatura en Arte Dramático, donde los estudiante asumen la dirección, actuación y ambientación de sus proyectos.

Fechas: viernes 23 y sábado 24 de septiembre de 2016
Hora:5:30 PM
Lugar: Sala de Teatro Univalle, (Auditorio 4)


Estreno teatral “Riñón de cerdo para el desconsuelo”

Comunicado de Prensa



La Temporada de Teatro Univalle presenta el estreno de “Riñón de cerdo para el desconsuelo” del dramaturgo mexicano Alejandro Ricaño,   este viernes 16 y sábado 17 de septiembre, a las 5:30 P.M, en la Sala de Teatro Univalle ( Auditorio 4), bajo la dirección de la estudiante Angélica María Ruiz.
Alejandro Ricaño, autor de la más reciente generación de dramaturgos mexicanos, distinguido con el Premio Nacional de Dramaturgia Emilio Carballido, en el 2008, por la obra “Más pequeños que el Guggenheim”, realiza en “Riñón de cerdo para el desconsuelo” un homenaje a los dramaturgos irlandeses Samuel Beckett y James Joyce. La curiosa trama nos presenta a Gustve y Marie, una pareja un tanto disfuncional que, de manera  obsesiva, compara su vida con la de Beckett a quien persiguen por todos los rincones de Europa. Esta empresa los lleva a encontrarse con la gestación de “Esperando a Godot”, y hace que se conviertan en los autores ocultos  del drama; pero para culminar esta obra maestra, deben sacrificar su propia vida.
La puesta en escena, con recursos  minimalistas es realizada por los estudiantes de la asignatura  Taller de Creación,   de la Licenciatura en Arte Dramático, quienes asumen la dirección, actuación y ambientación de sus proyectos. Dirigida por Angélica María Ruiz, “Riñón de cerdo para el desconsuelo”  se convierte en el encuentro de jóvenes realizadores de Colombia y México.

Fechas: viernes 16 y sábado 17 de septiembre de 2016
Hora:5:30 PM
Lugar: Sala de Teatro Univalle, (Auditorio 4)


jueves, 15 de septiembre de 2016

“Sueño de una noche de verano" Shakespeare contado desde el lenguaje corporal

Comunicado de prensa


La Temporada de Teatro Univalle acoge el estreno de “Sueño de una noche de verano” de William Shakespeare, en una versión realizada desde el lenguaje corporal, bajo la dirección de la maestra Susana Uribe e interpretadas por estudiantes de la Licenciatura en Arte Dramático. Con funciones este viernes 9 y sábado 10 deseptiembre, en la Sala de Teatro Univalle.

Sueño de una noche de verano” es una de las comedias de Shakespeare más alegres y versátiles, con multitud de enredos y equívocos y donde prevalece el amor y la mágia en una trama que transcurre en la noche de San Juan. Durante las bodas de Teseo e Hipólita, reyes atenienses, una pareja de enamorados, Hermia y Lisandro, huye al bosque para consumar su amor; pero gracias a una revelación inoportuna son seguidos por Demetrio su adversario en compañía de Helena. Sin saberlo, las dos parejas coinciden con un desencuentro ente Oberón y Titania, dioses de las hadas, quienes mantienen una disputa por un sirviente hindú que ha adoptado la reina. Mientras tanto, un grupo de teatro de artesanos se encuentra en el bosque preparando la representación de “Piramo y Tisbe”, para conmemorar la boda de los reyes. Puck el genio duende al servicio de Oberón confunde a las parejas y a la compañía teatral en un sinnúmero de situaciones inverosímiles. Esta historia tiene el reto de ser contada con movimientos corporales, y sin el uso de la palabra.

Cuando el mundo celebra el cuarto centenario de la muerte de William Shakespeare, Univalle estrena esta versión de su comedia, bajo la dirección de Susana Uribe, Licenciada en Arte Dramático en la Universidad del Valle y con Maestría en Artes del Espectáculo Vivo en la Universidad de Sevilla, España, una de las directoras mas activas del teatro caleño, con una gran experiencia en el Teatro La Máscara y otros escenarios.


lunes, 11 de julio de 2016

"La voz del silencio" por nuestro espectador Favio Chalco

Por Favio Chalco

Almorzaba. La cuchara se me cayó y aunque estaba en un restaurante, no pude evitar gritar: jueputa qué cuento tan bueno.

Lo había leído unas horas antes. Me gustó. Al parecer nada del otro mundo: un viejo recién jubilado se sube a un tren, lucha por un asiento y cuando lo consigue ve un billete de mil. Sucede en Argentina. Acá sería como ver un papel como moradito con la cara de Jorge Isaacs. Así pues, reclama el tesoro ocultándolo con el pie. El viaje se sucede y el viejo empieza a creer que los pasajeros más cercanos, un niño, un joven y uno más viejo que él, se dieron cuenta de su “hallazgo” Llega su estación y ante las miradas atentas no se baja, pues no puede llevarse su tesoro. Piensa, más o menos, que si es necesario se irá hasta el mismísimo infierno.

A simple vista, un cuento normal. Nada para que se te caiga la cuchara ni mucho menos para que comiences a decir madrazos y a hablar solo en mitad de un restaurante. Pero algo más pasó, la teoría del iceberg emergió majestuosa y ciertos detalles que desperdigó en el lugar exacto el autor, se unieron en mi cabeza, como un puzzle, para descubrir la otra historia, la que está oculta bajo los silencios y las aparentes nimiedades.

Esa vez aprendí que en el arte, nada está por azar. Todo busca causar un efecto, así actúe en el inconsciente. El cuento se llama Billete de mil y el escritor es Guillermo Martínez. Y para no hacer tanto spoiler y que se animen a devorarlo, les dejo este otro trozo: el viejo y sus compañeros de viaje están emparentados estrechamente, de una forma no esperada. Y el tren, tal vez no sea un tren. Y lo mejor de todo, no te lo cuentan directamente nunca, lo descubres tú. O bueno, si no estás atento, no lo descubres.

También desde esa vez, cada que abro un libro, voy a teatro, o veo una peli, intento levantar la cortina, ver qué hay más allá. Qué cosas los creadores pusieron para descubrir.

Algo así me sucedió en Claver. La obra que se presentó en la sala de teatro Univalle. En ella, se resume la vida de Pedro Claver, sacerdote Jesuita, que a su manera, luchó por los derechos de los esclavos negros en Cartagena de indias.


Para Pedro Claver eran dos los caminos que con más fuerza se dibujaban en su vida: el de clérigo o el de un próspero campesino. Sí, lo dice Pedro en los soliloquios. Sí, lo dice el ángel y también las sexys tentaciones. Sí, el padre de Pedro está a punto de darle correa porque Pedro quiere ser cura y no un hacendado. Pero todo esto se dice directamente. Está ahí, para ser leído inmediatamente. (No por ello deja de ser genial la actuación.) En cambio lo que dicen unas sillas, aparentemente nada más que decorado, lo que gritan, es lo mismo, pero sutilmente, como un susurro constante.

Cuando salí de la obra me preguntaron cuál había sido mi personaje favorito. No lo dudé y dije: las sillas. Todos rieron. Pero me defendí: claro, no es un personaje, pero hablaban de lo lindo. Fueron barco, jaula y pasarela para los esclavos, edificio para los traficantes de negros, pozo donde cayó un niño y ventana desde donde se veían los anchos campos de Verdú y no recuerdo qué tanto más.

Unas sillas. Puestas de distinta forma y sobre las tablas ya no eran sillas. Cuando fueron ventana fue la parte que más me gustó: allí convergían las dudas existenciales de Pedro Claver. Tal vez, fue azar, espero que no. O quizá quiero ver alusiones en todas partes y hago analogías en donde no las hay. Pero en ese momento, mientras el padre de Pedro Claver, le decía a su hijo que si se dedicaba a la vida en el campo sería un hombre rico, respetable y  más, el viejo hablaba desde la ventana, las sillas lo rodeaban, lo tenían preso, como el joven Pedro se iba a sentir si se dedicaba a la vida en el campo. En cambio, cuando el futuro padre Claver le dijo a su padre por qué quería evangelizar, las sillas ya no eran ventana, ya no encerraban nada, se abrían, simbolizando que una vida dedicada a Dios, era una vida llena de aventuras, de muchas posibilidades, al menos para el joven Claver.


La obvia, pero no por eso gran desventaja de analizar un cuento sobre una obra de teatro (a menos que seas del elenco o puedas ir a los ensayos), es que con el primero te devuelves las veces que quieras, lees y re lees hasta que entiendes. Con la obra, hay que ir al teatro muchas veces, o filmar el espectáculo si se quiere analizar más. Así, no recuerdo bien, no filmé la obra y la he visto una vez, pero como en el cuento del Billete de mil, tuve una experiencia estética, un viaje. Unas sillas, aparentemente inocentes, gritaban, a todo pulmón, repetían, lo que también decían los actores.

miércoles, 6 de julio de 2016

Impresiones sobre "La estupidez" del Espectador Edward Valencia

Repito lo que el título ya dice: no pretendo un intento de crítica teatral; no soy tan buen espectador. Pretendo, eso sí, dar cuenta de la experiencia que tuve el viernes 1 de julio, desde mi posición de anónimo espectador de teatro. La obra me cautivó: en toda la función no tuve accesos repentinos de sueño, como sí los tuve en las demás obras de las cuales he escrito (repito mi condición de espectador haragán). La obra no tenía lugar para las pausas ni para los silencios, porque incluso cuando los personajes hacían llamadas telefónicas no tenían que esperar ni un segundo para que les contestaran. De manera que la obra tenía un ritmo de avalancha de nieve; tuve la impresión de que este venía ya indicado en el texto por el mismo autor, Rafael Spregelburd, pues la obra parecía imposible a un ritmo menor.

Por su incontinencia y su velocidad, la obra camufló su trama, y corroboré que otros varios espectadores tampoco pudieron descubrirla con claridad. Me pareció que dos o tres actores actuaban muy externamente, y lo digo porque en ocasiones sentía que querían embaucarme con emociones que a todas luces ellos no habían trabajado en su interior: una actriz de narizr espingada lloraba como lloran en las malas telenovelas; la primera actriz cuyo personaje aparecía borracho en escena fingía torpemente un estado de embriaguez que causaba risas por su condición estereotípica; el extravagante agente secreto endulzaba muchas frases sin ninguna otra aparente razón que endulzarlas; a veces algunos actores jugaban a asomarse a la ventana y realizaban la acción de correr la cortina sin de verdad correrla, y pretendían que creyéramos que se estaban asomando cuando de hecho tenían la cortina sobre la cara.

 

Creo que en varias ocasiones el ritmo apresurado no les dio tiempo para vivir la verdad escénica. Stanislavski abogó por la pausa, por el silencio, en aras de una verdadera vivencia escénica para el actor; La estupidez no tiene pausas, e ignoro si de veras esto tiene alguna relación con la tendencia a actuar externamente, cayendo por lo tanto en algunos clichés, pero como espectador así lo asocié. Sin embargo, fueron muchos más los momentos escénicos que no me parecieron solamente un trabajo externo, un falseamiento. Creo conocer por qué la obra me atrapó desde el comienzo y no me soltó hasta el final: los actores hablaron muy bien; proyectaron la voz, creyeron en lo que decían, hablaban y uno también les creía. El actor que interpretó al Oficial Wilcox me pareció el más profesional, pues tenía tres papeles, y estos tres papeles estaban tan bien diferenciados y bien interpretados que parecían tres actores diferentes.

De verdad salí tan feliz cuando se terminó la obra, que no me preocupó no haber comprendido por completo la trama. Le pregunté a un amigo si le había gustado y me contestó que tenía que pensar qué le dejaba la obra; yo no pensé así y no sé si está mal. Hay obras que están hechas para que el espectador las viva en el momento y con los actores y después, dichoso, las olvide, pues la dicha no perdura tanto como el dolor; una prueba de este olvido feliz es esta impresión que con torpeza intenté escribir.

Edward Johan Valencia Torres
Domingo 4 de julio de 2016

lunes, 4 de julio de 2016

"La estupidez" regresa a la Temporada de Teatro Univalle

Comunicado de prensa


Con la obra “La estupidez” del dramaturgo argentino Rafael Spregelburd y bajo la dirección de Juan Carlos Osorio, presentamos en   la Temporada de Teatro Univalle, este viernes 1 y sábado 2 de julio.

      La estupidez” es una obra polifónica conformada por veintitrés personajes que se entrecruzan en cinco historias simultáneas; la trama transcurre en hoteles de carretera a las afueras de Las Vegas. Por la escena desfilan personajes como dos estafadores que deben vender un cuadro robado antes de que termine de borrarse por completo; policías motorizados que viven una intensa historia de robos y excesos; un grupo de apostadores que intenta enriquecerse empleando un método matemático para ganar en la ruleta; una familia que guarda la temible ecuación Lorenz de contenido apocalíptico; y finalmente, un actor fracasado en busca de oportunidades y su hermana invalida, testigo silenciosa de la estupidez humana.

      Rafael Spregelburd es un dramaturgo reconocido por interrelacionar en sus obras el trabajo de investigación y de intersección de diferentes géneros, estructuras semióticas de textos, disciplinas y conocimientos no teatrales. Juan Carlos Osorio, es un director que ha llevado a escena obras como “Secreto a voces” de Toti Vollmer, “Encuentro en el parque peligroso” de Rodolfo Santana y “Griots, Cuentos de África” adaptación de cuentos recopilados por Nelson Mandela. Con escenografía de Robinson Achinte, vestuario de Katherine Rivas, y música de Juan David Gómez, once actores de último semestre interpretan vertiginosamente los veintitrés personajes.


domingo, 26 de junio de 2016

Impresiones sobre "Canto de Ballenas" del espectador Edward Jhoan Valencia

El partido de la selección de fútbol colombiana contra Perú le arrebató unas cuantas personas al público de El canto de ballenas, la noche del 17 de junio. De alguna manera esto me favoreció, pues conseguí un puesto muy bueno: centrado, lo suficientemente atrás como para poder pararme y divisar toda el escenario sin fastidiar a otras personas, pero también lo suficientemente adelante como para oír las voces de los actores. Tenía una gran expectativa con respecto a la obra, y por lo tanto no ojeé el programa de mano; no quería arruinar alguna sorpresa que la obra tuviera guardada para el público. Me he dado cuenta, en mi asidua asistencia a la Temporada de Teatro de este semestre, que leer el programa de mano antes de ver la obra puede ser un acto empobrecedor y de fatal anticipación.

Quiero creer que fue la ausencia del director, Everett Dixon —estaba enfermo—, la que aquella noche nefastamente propició, en mi opinión, el vacilante ritmo de la obra. No pude engancharme, por más que lo intenté admirando pávido la mágica gracia con que los mismos actores de la obras, vestidos de negro, construían los distintos lugares en que acontecían las escenas; ni aun escuchando atentamente lo que decían los personajes, pues, por ejemplo, la risa de Stella me resultó bastante artificiosa y Fran, aunque paulatinamente me fue gustando, me pareció que rayaba un poco en la exageración de su personalidad. Admiré en Caroline su capacidad de escuchar con suma atención a las demás personas en escena.




Nunca durante la obra se abandonó el asunto de la maternidad en provecho de juegos escénicos. Uno de verdad cree que Caroline está embarazada, y uno llega a sufrir con ella y con las demás mujeres. Desde el comienzo hubo una insinuación que me plantó en el puesto a esperar una explicación: las numerosas actitudes homosexuales en las mujeres. No hubo una explicación evidente de estas insinuaciones; si la hubiera habido tal vez la obra habría perdido algún encanto, y creo que esto lo sabía muy bien Anthony Minghella cuando escribió El canto de ballenas.

Cuando la luz se fue, D. no pudo haber resuelto de una mejor manera el percance. Admirable aquella escena solamente con la blanca luz de los celulares; sorprendente que fuera esta contrariedad la que precisamente le infundió un nuevo aliento y un ritmo vivo a la obra. Para mi gusto, el comportamiento del padre de Caroline en el hospital, junto a su hija en la camilla, fue risible; tal vez el actor confundió en algún momento este papel con el otro que tenía como oficinista gay. Al final, la despedida de Caroline fue agradable: ella de verdad se iba del escenario y ascendía por las escaleras entre los espectadores. Quedé largo rato, tras salir de la obra, con la dolorosa sensación de haber terminado un embarazo.

Edward Jhoan Valencia Torres

Miércoles 22 de junio de 2016

jueves, 23 de junio de 2016

"En el canto" impresiones de la espectadora Natalia Palma García

No leo los programas de mano antes de la obra, destruyen la ilusión y la sorpresa sobre los actores y la razón de los dramas. Prefiero enfrentarme a la indecisión y él no saber en qué estoy ni qué podré sentir. Los leo cuando voy en el bus después de la obra después de estar en total estado de afección y con esos párrafos calmo un poco tanta conmoción.

Pude estar en la presentación del viernes 17 de junio, en la obra El canto de ballenas. Me fascina de una forma increíble, reconocer los desconocidos actores, recordarlos cuando los pude ver por el edificio de la FAI, saltando, gritando, llorando, renqueando, etc. etc. o esos momentos en los que los odie cuando se ‘colaban’ en central (en los días en que era posible ir), verlos llegar en manada como niños, sobreactuando y titubeando, siendo felices a su modo y un par de años después verlos con sus rostros llenos de amor, nervios (tal vez), entusiasmo por la profesión, etc. etc. Sobre la obra, infortunadamente no pude ver el final, gracias a la no puntualidad (dilemas técnicos, supongo) del inicio de la misma.



En El canto de ballenas, los diversos estados de ánimo y sabiduría de la mujer, visto en distintos personajes. La que grita y se emociona en el momento en que se reconoce fuera de su estrecho y silencioso mundo; la desvergonzada, la cual disfruta de la vida sin ‘pelos en la lengua’, con todo su ser, su desnudez y un vientre adolorido; la bella pareja, desigual y de felicidad momentánea, lo cómico de la contradicción, diversos contextos y formas de amar, y ella, la mujer de grandes caderas, al inicio un poco callada y reservada, poco a poco se puede ver la construcción de su voz, su ánimo, su cuerpo y sus altas incertidumbres sobre el momento, el pasado y el amor del desconocido ‘padre’ de su hijo, pero del cual su corazón se manifiesta por uno solo, el indicado y elogiado. La imagen del vientre materno y poder experimentarlo, fue una magnifica sensaciones, el sonido, la sonrisa y la pesadez del estado de la mujer en embarazo, exponía los altos y bajos de la transformación y la aberración física femenina. La imagen del amor imposible, el beso negado, las manos sujetas y los silencios entre las miradas, decían mucho más que los textos. 

No se debe olvidar lo bello de la improvisación, el milagro de las palabras no establecidas y fuera del guión. En mi mente quedará la imagen del auditorio totalmente a oscuras, ellas dos solas en escena, abusando de la no visibilidad, sin dejar ver sus rostros (tal vez, en medio de risas silenciosas), y ¿por qué no, aprovechar de la oscuridad?, dentro de la escena, fueron palabras maravillosas a la imaginación del público, como si todo se hubiera consumado.

Natalia Palma García.

domingo, 19 de junio de 2016

Breve reflexión sobre "Incendios" por la espectadora Daniela Prado

Incendios es una obra escrita por el dramaturgo y director libanés Wajdi Mouawad, dirigida por el maestro Douglas Salomón y representada por estudiantes de la Licenciatura en Arte Dramático.  Incendios es una historia sobre lo trágica que es la guerra, la búsqueda de una identidad o el esfuerzo por construirla después de tanto dolor producido por la violencia.

Antes de empezar, me gustaría destacar la importancia y la certera precisión con que se escogieron los diálogos, los cuales están cargados de metáforas e imágenes poéticas, altamente conmovedoras, aún resuena en mi cabeza: “la infancia es un cuchillo clavado en la garganta”. Además de esto, me gustaría resaltar elementos mínimos de la utilería que ayudan a reforzar la tragedia en la obra, como por ejemplo, cuando se trapea la sangre, pero el trapeador está empapado y para lo único que sirve es para restregarla en el piso de un lado a otro, como si se intentara reforzar lo indeleble de la muerte, la ausencia de un cuerpo al que darle vida, algo que puede suceder, que es real, cruel y doloroso.

Ahora mi reflexión o lo que me suscitó la obra, va enfocado a la importancia del lenguaje dentro de la historia; la obra cuenta dos historias en paralelo. Primero está la historia de los gemelos hijos de Nawal quien después de un silencio de muchos años, que dura hasta su muerte, deja su última voluntad a la abogada Hermile, quien les entrega como herencia, dos sobres cerrados; estos sobres los llevarán a emprender una búsqueda para reconstruir su identidad, irán en busca de su hermano y su padre, de sus nombres. La segunda es la historia de Nawal, también es una búsqueda, la búsqueda por encontrar a su hijo en un contexto de violencia y comienza cuando entierra a su abuela y escribe su nombre en una lápida; todo lo anterior me hace pensar que la obra se trata de nombrar de darle una identidad a alguien o algo, tener algo que reconocer.



El lenguaje nos permite nombrar y reconocer, también es una convención que nos permite pensar y así llegar a acuerdos comunes que nos impidan destruirnos como a una especie, sobrevivir. La guerra es entonces, para mí, una falla en el lenguaje, un corto circuito o teléfono roto que produce un ruido sordo que termina por enloquecernos, porque las palabras ya no alcanzan para nombrar el horror, para explicarlo y tampoco dan la fuerza suficiente para seguir; es un vértigo escalofriante en el que se pierde la humanidad, la sacralidad de la vida y todo se mecaniza, sólo se vive para sobrevivir y matar al otro; el otro, que no traduce un cuerpo, un milagro de chispa y movimiento, sino más bien, un cuerpo vacío desposeído de significado.

Entonces, pienso que el sentido de las palabras en la historia se manifiesta por medio de las dos pulsiones que mueven al hombre:  la pulsión del amor, es decir la vida, la cual se traduce en la esperanza de nombrar, en la búsqueda por darle a otro una identidad y por otro lado, la pulsión de la muerte, la cual se traduce en el silencio, el asesinato del lenguaje. 

"Un Incendio que calcina almas" por la espectadora Maryery Quintero Jimenez


"Toda acción provoca reacciones.
La violencia siempre regresa.
Sólo zarzas y espinas nacen en el lugar donde acampan los ejércitos.
La guerra llama al hambre.
Quien se deleita en la conquista, se deleita en el dolor humano.
Los que matan en la guerra deberían celebrar cada conquista como funeral"
Eduardo Galeano

Un viaje del presente al pasado, una búsqueda por construir la memoria, o sea,  una lucha constante por el sentido del pasado, una realidad representada desde el absurdo, con técnicas de tensión y distensión, una tragedia de la guerra representada a nivel micro, pero que refleja una tragedia a nivel macro. Así, el teatro, en este sentido cumple la función de ser un espacio vacío[1] al cual llega el actor o la actriz a llenarlo de símbolos y significados, construyendo así micropoéticas[2].

Julia
"-Aprendí a leer, a escribir, a contar… ¡eso no me sirve para nada!."

Incendios es una obra que nos habla de la guerra y de todas las externalidades sociales que ésta produce. Esta obra se puede analizar a partir de un enfoque de género, pues muestra la guerra civil libanesa a partir de la vida de Nawal Marwan, una mujer que lo único que hizo fue nacer en un país donde la intolerancia era el pan de cada día, una mujer que pasó por lo que muchas mujeres deben pasar, se enamoró en su adolescencia, tuvo un hijo a sus quince años de edad, al cual tuvo que dejar al igual que al gran amor de su vida. A pesar de esto continuó su camino, caminó en medio de la guerra, fue discriminada, refugiada, violada y callada. Pero eso no la detuvo para cumplir lo que una vez se prometió: matar al jefe de los paramilitares. ¿Qué hacer cuando las pasiones humanas nos inundan, cuando la ira muerde, el odio carcome y los deseos de hacer justicia se cruzan con la venganza?




A partir de un análisis ético, se puede reflexionar sobre las estimaciones valorativas que encierran la justicia y el hacer justicia, en comparación a la venganza, pues en Incendios estos dos principios atraviesan la trama e invitan a pensar sobre la cercanía que tienen en la acción. Pues cuando se ejerce el poder y se tiene la capacidad de hacer justicia, es probable que la motivación desde los afectos sea tal que mi acción quede pervertida y llegue a configurarse en una venganza.

Incendios propone una reflexión acerca del teatro como un espacio de creación de micropolíticas, como reflejo de una realidad desde la ficción, una  invitación a reflexionar sobre un mundo que sangra, una humanidad perturbada, una sociedad enferma. En esta obra se puede analizar el teatro como una herramienta que visibiliza realidades no contadas, muestra las otras realidades a las que las víctimas se enfrentan. En este sentido es que se habla del teatro como un espacio de construcción de micropolíticas, pues reproduce un discurso diferente al de la macropolítica partidista y de élite que venden los medios masivos de comunicación, siendo el teatro  también un incendio que calcina almas en la medida en que enfrenta mitos, confronta al espectador en su relación directa con la puesta en escena, destruye y construye mundos paralelos, sumergiendo a quien lo aprecia en un mar de emociones, sentimientos y estados de conciencia o de situaciones que se densifican e intensifican.

«Teatro» es una cosa, mientras que «los teatros» es otra muy diferente. «Los teatros» son las salas, y una sala no es lo que contiene, igual que un sobre no es una carta… El «teatro» es una necesidad humana fundamental, mientras que «los teatros», sus formas y estilos, son solo salas temporales y reemplazables (Martínez, 2008:95)

 El arte teatral es el arte que necesita de la relación directa entre actores o actrices y espectadores, relación que está condicionada por el estado anímico tanto del que emite el mensaje como por quien lo recibe y éstos a través de lo que sientes hacen sus juicios “son las pasiones la causa de que los hombres difieran en sus juicios, porque ellas los transforman diversamente, y van acompañadas de pena y de placer; como la ira, la compasión, el temor y cuantas otras semejantes” (Aristóteles, 2005:158)  Es un arte que se experimenta en vivo y en directo, es el arte que da vida al texto escrito por medio de diferentes técnicas y herramientas.

BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles (2005), “El orador y el oyente”. En  El arte de la retórica. Buenos Aires: Eudeba.

Brook, Peter (1997). “Reflexiones sobre la interpretación y el teatro”. En La puerta abierta, Barcelona, Alba.

Dubatti, Jorge (2011). “El teatro argentino en la postdictadura (1983-2010)”. Revista Stichomythia. Universidad de Buenos Aires. Pp. 71-80

Galeano, Eduardo (2008). “El horror de la guerra”,  en Espejos una historia casi universal, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores.

Martínez, Miguel (2008). “Pensar el espacio”. Revista Stichomythia. Universidad de Valencia, pp. 87-97.




[1] “El teatro no tiene categorías, trata sobre la vida. Este es el único punto de partida y no hay nada más que sea realmente importante. El teatro es vida” (Brook, 1997: 17).
[2] Poética deriva del término griego poiesis que significa creación, producción o proceso creativo. “las micropoéticas suelen ser espacios de heterogeneidad, tensión, debate, cruce, hibrides de diferentes materiales y procedimientos, espacios de diferencia y variación” (Dubatti, 2011:74).

jueves, 16 de junio de 2016

Impresiones sobre "Claver" del espectador Edward Jhoan Valencia.


Vi Claver, el santo de los esclavos el viernes 27 de mayo, con bastante expectativa de conocer por primera vez una obra de teatro que trabajara el efecto de distanciamiento. Pero una vez adentro se me olvidó que estaba viendo una obra de teatro y seguí con asombro, episodio a episodio, la historia del sacerdote Pedro Claver, escrita por el dramaturgo y también historiador Oswaldo Díaz Díaz.

Omnipresente en el desarrollo de la obra, estaba la mano imaginativa del director Julián Gómez. Y quiero destacar este aspecto de la imaginación del director, quien con tanta lucidez decidió no inundar el escenario de rigurosas geografías y arquitecturas, sino que en cambio optó por construir todas las escenografías con la mínima cantidad de seis bancas de madera, iguales todas. Tal vez fue esta escenografía minimalista lo que más me involucró en la obra. La imaginación recalaba, nueva y potente, en cada episodio de la vida del sacerdote Claver: las seis bancas hacían de proa de barco, de camarotes donde se hacinaban los esclavos, de balcón para el padre del niño Claver, de lecho de muerte para el anciano Claver, de madero final para la simbólica crucifixión del santo Claver, y de otras tantas cosas de las que ya no me convenzo, porque hay que estar viendo las seis bancas en el escenario para poder creer que pueden evocarlo todo.

Otra de las razones por las cuales no me distancié casi en ningún momento de la obra durante mi experiencia personal fue que, a pesar de que todos los actores en algún momento representaron un esclavo en escena, ninguno de ellos era negro. Precisamente este gran detalle despertó el germen de mi imaginación, por lo cual me involucré como un espectador activo, hasta el punto de creer que los actores tenían la piel negra como descendientes de africanos. Hay otro factor que jugó en contra del efecto de distanciamiento, y fue que el director no contaba con que en el auditorio de enseguida empezaran a tocar música del pacífico un momento después de que los esclavos de la obra hubieran sido echados del escenario por Claver, precisamente por estar bailando y tocando sus ritmos africanos. De manera que pareció que los esclavos se hubieran ido a celebrar sus fiestas ancestrales tras bambalinas, mientras una mujer vestida de negro, representación de fuerzas oscuras, trataba de convencer a Claver para que dejara de ayudar a aquellos herejes.

A pesar de estas tres magias de la escena que jugaron en contra del planeado efecto de distanciamiento (las seis bancas de madera que servían para todo, los esclavos africanos de piel blanca y la música del auditorio vecino que reforzaba el sentido de la obra), hubo unos cuantos momentos de extrañamiento, pero más circunstanciales que planificados. El momento en que, por ejemplo, el padre de Claver le ofreció la mano a su esposa embarazada y cuando esta fue a dársela él continuó con su acción de asomarse a la ventana como si una embarazada no estuviera de verdad junto a él; cuando la baranda del barco imaginario se cayó al piso y quedó en escena la ridícula imagen de un grupo de personas de pie sobre unas bancas organizadas en pirámide; cuando al final Claver ascendió a los cielos y al dar una vuelta, en su subida, se le vieron las nalgas de mujer tras la sotana.

Consigno el único momento en que sentí de verdad una distancia grande de la obra: cuando Claver rezó por el niño que había caído por el pozo y lo hizo con tan poca fe y tan mal sentido de la oración. El aplauso unánime y final del público, como siempre lo logran los aplausos, anuló los pequeños traspiés y convirtió a la obra en un símbolo, en un buen o mal recuerdo, en una experiencia más. Quienes seguramente no olvidarán los desaciertos, y esto está muy bien para el arte, son los actores y el director.

Edward Jhoan Valencia Torres

Domingo 29 de mayo de 2016

Impresiones sobre "Incendios" del espectador Edward Jhoan Valencia


Conseguí un mal puesto, de manera que mi experiencia personal con la obra estuvo condicionada por la perspectiva que me correspondió. Asistí al estreno de Incendios, el viernes 10 de junio, con la admonición nada cautivante de la profesora Ma Zhenghong, cuando al terminar un conversatorio el jueves en la noche dijo que la obra duraba tres horas. Pero valió la pena, porque no solamente asistí y vi la obra, sino que la disfruté. Por el programa de mano, supe que la obra trataba el tema de la Guerra del Líbano; y desde que aparecieron en escena los primeros personajes también lo hizo de alguna manera el tema de la guerra, pues se escuchaba de fondo un estruendo citadino que evocaba de algún modo un multitudinario desorden de guerra.

Uno podía entender mejor la historia de Nawal Marwan gracias a los títulos que aparecían proyectados sobre una cortina blanca en el fondo del escenario. El infortunio mío, y por supuesto de los otros espectadores que tuvieron la mala suerte de conseguir puestos en los laterales, fue que no alcanzaba a ver los títulos que iban apareciendo en el fondo, y de los cuales me di cuenta gracias a una amiga mejor ubicada que me los iba leyendo. Como no pude terminar de leer el programa de mano, pues la obra empezó muy puntual a las seis de la tarde, no sabía de antemano que la estructura de la obra era edípica. Así que desde el comienzo estuve a la espera del momento feliz en que los hijos de Nawal encontraran a su padre. La revelación de que el padre de Julia y Simón era al mismo tiempo su hermano mayor, me resultó única y contundente, y en ningún momento percibí su anunciación paulatina, si es que la hubo.

El puesto que me deparó el azar frente al escenario servía también para ver otra obra secreta y sin trama. Desde el lateral derecho, pude ver el desarrollo de otra obra de teatro de sombras en el lateral izquierdo del escenario, precisamente en la pared de ladrillos rojos que no quedaba oculta a pesar de tantas cortinas. No la entendí, pues era más cautivante y fatal Incendios, pero algunas cosas vi: un hombre sentado en un muro, que se bajaba y se subía cada tanto; una mujer que parecía bajar unas escaleras; un hombre con un sombrero de pescador.



Me parece que lo que mejor se anunció desde el comienzo en la obra fue la guerra. Siempre había un desordenado ruido de fondo y, cuando no, sonaba una música desoladora y triste. Cuando Nawal discutía con su amiga y entraban en escena ráfagas de harina o de polvo, y cuando el conserje, que compartía con el Simón Marwan de los primeros dos actos el actor que lo representaba, pasaba su trapeador en escena, de alguna manera se estaba preparando una escenario demolido por la guerra, un escenario que se había ensuciado y luego se había intentado limpiar, un escenario para la revelación final de la estructura edípica en la obra. La mano del director supo planear muy bien, desde el comienzo hasta la apoteosis, este gran poema actuado.

Aquella mano omnipresente supo también elegir con perfección a la actriz que pronunciaba en voz alta las cartas que los hijos de Nawal leían silenciosamente. Una voz que no se equivocó, ni malogró la poesía de los textos de Wajdi Mouawad, el escritor de la obra, ni le permitió al público aburrirse con sus monólogos. Otros dos o tres actores compartían esta potencia natural en la voz. Los demás, a pesar de las palabras, frases, gestos e intenciones que ocasionalmente se les salían de control y que nos recordaban a los que estábamos en el público que lo que veíamos no era la vida real sino un artificio teatral, no pervirtieron la poesía de Wajdi.

La venia no fue menos cautivante: ninguno de los actores se alegró o de desarmó en una sonrisa de suficiencia; todos se cogieron de las manos, atendieron los aplausos del público y desaparecieron tras bambalinas sin descubrirnos —¡qué fatal desenlace habría sido!— su condición de actores, su condición de nadie.

Edward Jhoan Valencia Torres

Domingo 12 de junio de 2016